...

Vigía a la vista

Un hombrecillo todo lo mira, todo lo cuestiona. Con su casa sobre una carreta ha viajado desde hace medio milenio, y ahora, por fin, encuentra tierra segura. Viene a contarnos las leyendas de la travesía iniciada en 1514 allá por la playa de Punta del Guincho, los horrores de la matanza de indios en Caonao, y los detalles de la rebelión que obligó a los españoles a buscar refugio en las tierras del cacique Camagüebax.

Desde su techo de barro el fisgón ve a la gente pasar; a las calles enlazándose y separándose unas de otras en cualquier punto de Camagüey, como si quinientos años atrás los peninsulares levantaran las ermitas a lo loco, y las plazas e inmuebles se edificaran sin tener en cuenta el más mínimo conocimiento de la regla y el cordel.

Desde su altura logra interpretar cada plaza y comprender el misterio de cada iglesia. Entre un templo y otro se le hace difícil enumerar las viviendas: todas las tejitas rojas se unen para conformar casi un solo techo, casi un solo alero, que unas veces se alza y otras declina para morir apenas unos centímetros después de la fachada.

Es la ciudad colonial –con sus casas de puntal alto, sus cubiertas colgadizas y sus paredes de ladrillo y barro , la que plasma para la posteridad la artista de la plástica Martha Jiménez Pérez, mediante esta metáfora feliz de transportar su villa hasta las nubes. Es la historia de la fundación de Puerto Príncipe colocada en la cúpula del Hotel Santa María, para recordar a los camagüeyanos la lección siempre aplaudible de no olvidar el pasado.

Caminando por República o deslizándose por la Calle de los Cines, el camagüeyano o visitante está obligado ahora a mirar hacia arriba. Martha lo ha nombrado Traslación pero, tras la iniciativa de la Cadena de Hoteles Encanto de emplazarlo lo más alto posible, la gente ya habla de un vigía que se ve desde bien lejos.

Un vigía –convertido en bronce por los especialistas de Caguayo S.A. en Santiago de Cuba- sabe hoy dónde se esconden los tinajones, a qué hora sale el sol por el Este, quiénes asisten a misa los domingos y cuáles campanadas se escuchan primero cada día en la mañana.

“Camagüey necesitaba una escultura parecida a sus relatos. Llevaba tiempo meditando sobre el asunto y aquí está el resultado. Ojalá la gente la recuerde al pasar de los años. Traslación es, de todas mis creaciones, la más relacionada con la historia de esta ciudad”-dice Martha mientras enseña algunas pinturas de su próxima exposición personal.

Después del último periplo por el extranjero, gracias al cual expuso varias piezas en Miami, Jiménez Pérez prepara una nueva exhibición para el público. “A finales de noviembre presentaré algunos cuadros en la sede de la UNEAC provincial. Siempre con las líneas temáticas seguidas durante mi carrera. Me interesan los problemas de la gente común, la feminidad y el diálogo erótico entre ambos sexos, y por supuesto todo lo relacionado con nuestra condición de insulares”.

La obra de Martha Jiménez trasciende las fronteras de la comunidad que recibió con urgencia y necesaria empatía su arte. Más de 300 exposiciones, en más de veinte países, y reconocimientos como el de la Bienal de Arte Contemporáneo de Shanghái, China, o el Premio Único en la quinta Bienal Internacional de Terracota en Turquía, avalan el recorrido de quien además ostenta la Distinción por la Cultura Nacional.

“En Miami pude concretar un sueño. Se trata de una serie de nueve muestras únicas, titulada La cera perdida. Es una técnica muy antigua. Incluye el modelado en pasta y su posterior forro con cera, la cual se arma al vacío y se rellena con bronce. Esto permite trabajar fácilmente los detalles y darle mayor movimiento y volumen”, asegura la artista, quien agradeció a los talleres de Art Foundry, en el Estado de la Florida, por brindarle esa oportunidad.

La labor de la también Premio UNESCO al Mejor Conjunto de Obras, por las cuatro escenas costumbristas de la Plaza del Carmen, la ubica dentro del grupo de creadores más relevantes de la vanguardia contemporánea en las artes visuales.

En el 2002 Martha plasmó en marmolina un vendedor ambulante (Matáo), un lector de periódico (Subirá), unos novios y tres negras chismosas, legándonos así su “más grande pasión y fuente de vida”, su mundo de atributos y símbolos, su ya reconocido intimismo lírico. Todos personajes reales y comunes, tan parecidos a sus modelos como al resto de los camagüeyanos.

-Vamos a la galería para enseñarte algunas cosas nuevas- me dice. Abandonamos el estudio y entramos casi de forma encubierta, porque los visitantes no paran de preguntar por la artista. Pero ella no es adicta a las lisonjas.

Allí las confecciones de barro o bronces, las pinturas, los grabados y los dibujos están ubicados en el lugar exacto: encima del piso de ladrillos de la otrora vivienda; en pequeños stands; en las paredes, sujetados por tablillas de madera; alumbrados por una mixtura de luces tornasol, que te atrapan en una especie de descanso espiritual.

Afuera, en la Plaza del Carmen, se oyen los tambores de Rumbatá y el coro de docenas de personas, mientras los niños corretean alrededor de Subirá.

-Hay varios turistas mirando- le digo a Martha.

-Sí. Ellos quieren comprender, pero no pueden. 


Por: Rafa Núñez
Revista OnCuba
4 de noviembre de 2014